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Vol. 27. Núm. 3.
Páginas 207 (marzo 2003)
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Al Prof. Dr. Juan Gómez Rubí
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Ángel Mota Lópeza
a HGU-Elche (Alicante).
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Ante la muerte de un amigo, nuestros ojos

no tienen que permanecer secos,

pero tampoco tienen que deshacerse en lágrimas:

no han de llorar sino lagrimear.

¡Oh infeliz estulticia!

Existe una vanidad del dolor. ¿Pues qué me dices?

¿Debo olvidar al amigo?

Breve es el recuerdo que le prometes

si tiene que durar lo que tu dolor.

Séneca decía en su carta LXII (Cartas morales a Lucilio):

«Que no han de dolernos demasiado los amigos muertos».

Tengo en mis manos tu último libro, Ética en medicina crítica, que no has podido llegar a presentárnoslo personalmente; pero, no te preocupes, tus amigos lo presentaremos al resto de compañeros y al público en general que se interesen por estos problemas... y así, al tiempo, recordaremos al amigo que se nos fue.

¿Quién mejor que tú ha podido escribir un epílogo como ése? Epílogo de fin de libro, epílogo de fin de una vida que ha probado todo lo que ha dicho. Desde ahora habrá que tenerte entre aquellos célebres médicos que, incluso, experimentaron en ellos mismos y que, incluso, dejaron sus vidas en el intento. Tú lo has hecho. Lección magistral de profesor sublime que demuestra con prácticas fehacientes, y sobre sí mismo, lo que enseña y ha dicho.

En tu innata búsqueda científica del quehacer médico científico, has querido dejarnos explicitados tus pensamientos sobre la muerte clínica y el entorno que la rodea, pero ¡acuérdate Juan! cuando no hace mucho paseábamos por la madrileña Castellana y, como siempre, hablábamos de estas y otras cosas e incluso de nuestra salud y de lo "quemados" que estábamos y de que también hablamos de la muerte ontológica..., de la que tratabas de «escurrir el bulto», esa que escapa por su propia naturaleza a toda posible verificación científica, material e incluso empírica y que se encuadra dentro del proceso metafísico de nuestro existir y dejar de existir. Estoy seguro que ahora estarás riéndote de mí y te/me dirás: "¡Pero ahora yo sí lo sé!"... Amigo, ¡Nos has ganado por la mano!

Se cuenta de San Agustín, y él lo dice en sus Confesiones, el impacto que le causó la muerte inesperada y trágica de un joven amigo, de tal manera que este episodio le condujo a interrogarse acerca del sentido de su propia existencia frente a la certidumbre de la muerte «Factus eram ipse mihi magna quaestio» (Se volvió para mí mismo una gran incógnita).

Para nosotros, los intensivistas, en ningún momento ya la muerte es una incógnita; sin embargo, en los últimos tiempos de pérdida de valores espirituales y de hechos y soluciones consumadas, donde parece decirse, querer y aceptar que la ciencia lo resuelve todo, la complicación del hecho de morir se nos ha vuelto, en ocasiones, aparte de desagradable, inaceptable y hasta desesperante en nuestras unidades de cuidados intensivos. Qué debemos hacer, cuándo y cómo debemos explicarla a los familiares es, a veces, ardua tarea con la que nos enfrentamos a diario. Tú lo sabías bien y por eso nos enseñabas, en múltiples ocasiones, cómo debíamos comportarnos ante estos hechos... y así mismo lo has ido enseñando en otras tierras, en otros países de allende los mares, donde has ido dejando el reguero de tus enseñanzas con otros grandes amigos argentinos, peruanos, chilenos, bolivianos, mexicanos, etc. ¿Te parece poca la labor que has desarrollado en tu corta pero extensa y afanosa vida? Tu Hospital Virgen de la Arrixaca lo sabe bien. Los compañeros que has formado, y con los que has convivido, lo saben mejor. Tu semilla quedará indeleble hasta el fin de los tiempos, pues has dejado muchos amigos.

Dejo para otros la exposición de tus méritos y currículo; por mi parte he creído de obligado cumplimiento recordar a un amigo con unas reflexiones a «vuela pluma», y terminar como empecé, con Séneca, cuando dice a Lucilio: «... Pronto llegaremos allí donde nos lamentamos que haya llegado -el amigo-. Y tal vez, si es verdadera la opinión divulgada por los sabios, existe un lugar que nos acoge y al que pensamos el muerto no ha hecho más que pasarnos delante.» Por mi parte no lo dudo.

Descansa en paz, Juan A. Gómez Rubí. ¡Amigo!

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