Querido amigo:
El pasado 14 de enero hemos tenido la enorme desgracia de perderte.
Durante los muchos años -ahora me parecen poquísimos- que hemos tenido la fortuna de tenerte entre nosotros, nos ha sido muy fácil saber lo que es un "hombre bueno" en el sentido más completo e importante de esas dos palabras. Elilberto -Eli, como todos te llamábamos-, nos has enseñado en todos y cada uno de los días de tu vida a ser mejores médicos, pero sobre todo a ser mejores personas, a valorar la importancia de los seres humanos y a practicar el cariño, la amistad y la tolerancia.
Desde la nada fácil situación en tu Cheles natal, y superando varios cursos de bachiller en un solo año, conseguiste matricularte y acabar en tiempo récord Medicina en la Universidad de Salamanca. Pasaste por todos los niveles de la escala jerárquica médica, desde residente de Cardiología en la Clínica de la Concepción a jefe de Servicio de Críticos y Urgencias del Hospital Universitario Carlos Haya de Málaga, y en todos diste, como siempre, lo mejor que llevabas dentro. Pero mi recuerdo más entrañable -permíteme esta licencia- se remonta a cuando eras mi jefe en la unidad coronaria. En esos años, sobre todo en los primeros tiempos en los que ni se hablaba de "medicina basada en la evidencia" ni de benckmarking, con tu cabeza bien "amueblada", tu inteligencia y tu capacidad de trabajo lograste que en esa unidad se realizara una asistencia actualizada y de excelencia. Pero, aunque todo eso era importante, creo que tu mayor éxito fue que, con tu buen hacer durante mas de 15 años, creaste -y esto sí es difícil- el mejor ambiente de trabajo que se pueda pensar y que quizás pueda existir en este mundo, facilitando sobremanera que se pudiese cumplir el proverbio de "haz lo que te gusta para que no tengas que trabajar". Tu estilo, tus conocimientos, que destilabas con humildad y un exquisito gracejo, enriquecían nuestro saber y tu bondad, más grande que tu ya grande superficie corporal; nos marcaban el camino para intentar conseguir un mundo mejor, más sincero, más solidario.
En estos últimos casi tres años, desde que el destino te jugó una muy mala pasada, hemos seguido aprendiendo cosas, hemos visto tu lucha diaria por seguir vivo y bien; y hemos tenido la suerte de disfrutar mucho más de ti el pasado noviembre cuando, con un esfuerzo atroz que sólo pueden realizar los más grandes, inauguraste, como presidente y moderaste una mesa redonda, como experto, en el congreso de la Sociedad Andaluza de Medicina Intensiva y Unidades Coronarias de la que además, como reza en la placa "por tu trayectoria profesional y personal", eres socio de honor.
No quiero olvidar a tu mujer, Griselda, y a tus hijos Pablo y Jana, a los que quiero de verdad, con el deseo de que puedan soportar esta gran pérdida de la mejor forma posible, ya que sé perfectamente que en tu familia derrochabas el mismo talante que en el trabajo.
Maestro -como solía llamarte-, lo mismo que pasa con tu nombre eres único y desafortunadamente irrepetible. Desde que nos has dejado el vacío es inmenso y el silencio tiene una terrible melodía, que al menos espero sea capaz de recordarnos todo lo que nos has enseñado.
Juanjo, tu discípulo, te da las gracias por haberle considerado siempre tu amigo.