La pandemia por SARS-CoV-2ha puesto en evidencia la fragilidad del ser humano ante la naturaleza. Se ha demostrado el derrumbe de la idea de solvencia de los sistemas sanitarios modernos del mundo occidental ha quedado demostrado.
Parecía poco imaginable que la escasez de recursos sanitarios remedara en la Europa actual lo vivido hace casi un siglo con la epidemia de polio de Copenhague1. No solo han faltado recursos estructurales en los peores días, sino que se ha producido una carencia, o temor de que se produjera, de elementos esenciales de protección individual, fungibles, incluso fármacos que nos han obligado a racionarlos y reorganizarnos en situaciones de precariedad.
Es en las situaciones en las que la necesidad obliga, cuando emergen los profesionales en la máxima expresión de dicho término. El personal médico y de enfermería de las UCI se ha vaciado en los días más duros, trabajando hasta la extenuación, diluyéndose como un terrón de tierra entre los dedos de la mano hasta que no quede nada.
Hemos aprendido sobre la marcha de las experiencias inmediatamente anteriores vividas por nuestros colegas de otros países, e incluso de otras comunidades autónomas más afectadas en los primeros días, que combatían el «efecto bola de nieve» que estábamos presenciando, con un crecimiento exponencial del número de casos. La comunicación a través de las redes sociales ha sido clave en ese proceso de compartir información entre los profesionales. Este ha supuesto un hecho inédito en la forma de comunicarnos.
También hemos sido testigos dentro de la profesión de un fenómeno que, desde un punto de vista deontológico, parece reprobable: la búsqueda de protagonismos. Hemos presenciado, sobre todo en las redes sociales, e incluso en los medios de comunicación, entrevistas a sanitarios que en plena crisis buscaban su minuto de gloria, con un uso populista y poco profesional de la información ofrecida, que actuaban como druidas de función profética basados en la inspiración más que en la ciencia. Otro ejemplo de este oportunismo se ha experimentado en las reivindicaciones en plena crisis de un sitio en los organigramas de actuación frente a la enfermedad, atribuyéndose capacidades que distan de las competencias adquiridas en determinadas especialidades. Una tregua en esa guerra de poderes clásica entre especialidades hubiera sido deseable, como un acto de elegancia, de respeto a las víctimas y a la profesión. Son los grandes momentos históricos, y este lo ha sido, los que arbitran y ponen en valor el papel de los profesionales.
La especialidad de Medicina Intensiva ha conducido la crisis con un liderazgo callado que ha sido ejercido a pie de cama y con la emisión de documentos de incalculable valor, no solo por el momento en que se publicaron2,3 sino también por la prudencia y el rigor de su contenido y por el trabajo en equipo de los grupos de trabajo de la Sociedad Española de Medicina Intensiva4,5. Las apariciones públicas estuvieron a cargo, sobre todo, del presidente de la SEMICYUC y de los principales coordinadores del plan de contingencia nacional y de los grupos de trabajo. No era momento de protagonismos en busca de notoriedad pública, sino de alianzas con otras especialidades que, bajo la coordinación de los intensivistas, han desarrollado encomiables colaboraciones en la atención de los pacientes graves. Es destacable la capacidad organizativa en situación de crisis, la relación de amistad clínica en el trato compasivo con los pacientes y de compañerismo y gratitud a los colegas de otras especialidades, que adaptaron sus actividades para colaborar en los momentos más duros. La vocación de servicio y la capacidad demostrada nos hace ir ya preparándonos para la siguiente situación en la que nuestra asistencia vuelva a ser tan necesaria.
FinanciaciónEstudio no financiado.
Conflicto de interesesNo conflicto de intereses.