La pandemia de SARS-CoV-2, causante de la COVID-191, supone un reto sanitario y en otros ámbitos. El rápido incremento de casos que requieren asistencia, hospitalización y cuidados intensivos ha motivado la puesta en marcha de planes de contingencia2 sin parangón en la historia de la medicina intensiva en nuestro entorno; así, se ha multiplicado el número de camas de UCI en los hospitales adaptando numerosos espacios. Ante esta excepcional situación en Madrid se han habilitado 2 pabellones de un recinto ferial como hospital monográfico, con 1.250 camas y una UCI de 16 camas ampliables, el «Hospital COVID-19 IFEMA». En apenas 24horas, el 22 de marzo, se puso en marcha un dispositivo provisional en otro de los pabellones para desahogo urgente de los hospitales, a la vez que se organizaba la sectorización, logística, informática, farmacia, laboratorio, canalización de gases medicinales, etc. del hospital «definitivo», que empezó a recibir pacientes 4 días después.
Si la puesta marcha en tan breve tiempo de un hospital de estas dimensiones ha supuesto un reto, la selección inicial de pacientes con necesidad de ingreso, pero menor nivel de gravedad y sin pluripatología, permitió que la asistencia se llevara a cabo con buenos resultados. Sin embargo, el aumento progresivo de la complejidad y el hecho inevitable de que un porcentaje de pacientes evolucione a mayores niveles de gravedad hace necesario disponer también de los recursos de una UCI, abierta 5 días después.
Los requerimientos de una UCI en cuanto a infraestructura y servicios centrales son mucho más complejos que para la hospitalización convencional. El personal de la UCI debe trabajar con unos criterios y protocolos uniformes más allá del protocolo general para la COVID-19. Cuestiones tan cotidianas en una UCI como las perfusiones estándar, un protocolo de nutrición artificial, la sistemática de pruebas complementarias, los procedimientos de prevención de infecciones nosocomiales, los proyectos Zero3,4, etc. tienen que estar definidas para que los pacientes críticos sean atendidos en condiciones de seguridad. Con esta premisa, la opción de crear o ampliar una UCI en una infraestructura anexa a un gran hospital aporta numerosas ventajas. Por otra parte, disponer de una UCI con personal experto in situ en este centro de 1.250 camas, aunque implica una dificultad mayor, permite tener intensivistas de presencia y evita traslados secundarios de pacientes graves.
La dotación material inicial de la UCI la realizó la Unidad Médica Aérea de Apoyo al Despliegue de Madrid del Ejército del Aire, complementada con deslocalizaciones y donaciones de equipos (respiradores, monitores, máquinas de anestesia, hemofiltro, etc.). La multiplicidad de aparatos diferentes exige una dedicación especial del equipo asistencial que se supera con horas de entrenamiento y rondas de seguridad adaptadas5.
La sobrecarga de los servicios de medicina intensiva de los hospitales hacía imposible una dotación de personal basada por completo en intensivistas. Dos intensivistas se dedican a esta UCI a tiempo completo y forman equipo con otros intensivistas a tiempo parcial, anestesistas y cardiólogos con un sistema de guardias mixtas. El personal de enfermería es mayoritariamente voluntario y con experiencia en UCI, y también apoyado por enfermeras sin esa experiencia en un sistema de turnos mixtos, así como por enfermería militar y personal de tropa de la misma Unidad Médica Aérea de Apoyo al Despliegue de Madrid integrada en la plantilla.
Se dispone de análisis sanguíneo a pie de cama, y para el resto de análisis y microbiología se envían las muestras al Hospital Universitario La Paz (a 8km) con un sistema de transporte periódico concertado. Asimismo, contamos con un ecógrafo y un servicio de radiodiagnóstico con radiología simple y TC.
El desempeño en este escenario requiere una importante capacidad de adaptación y trabajo en equipo, pero ha supuesto una oportunidad de tratamiento inestimable a decenas de pacientes.