En el ámbito de la Medicina Intensiva, la buena práctica incluye no solo la aplicación de los tratamientos que procuran salvar la vida del paciente y restablecer una calidad de vida aceptable, sino también permitir una buena muerte en aquellos casos en los que se opta por la omisión o retirada de tratamientos cuando son considerados fútiles. Este modo de fallecer es el más habitual en los servicios de medicina intensiva1. Las recomendaciones actuales2,3 tratan de fomentar la adecuada integración de los cuidados paliativos en esta área, con el respeto a la dignidad del paciente y una adecuada comunicación con sus allegados. Este es nuestro doble compromiso con la ciudadanía: hacer todo lo posible por lograr la curación, pero al mismo tiempo, ser sensibles para no alargar un proceso inevitable de muerte.
En la unidad de cuidados intensivos, la donación de órganos va siempre unida a la atención en el final de la vida. Esta es una actividad que consigue salvar vidas y tiene un gran respaldo social porque es entendida como un proceso riguroso, basado en la generosidad de la persona que desea ser donante o en sus familiares cuando actúan como representantes. Como recomendamos en el artículo de Escudero et al.4, es fundamental explicar a la familia, una vez han aceptado la limitación de tratamiento de soporte vital (LTSV), la posibilidad de donación de órganos. En este caso tenemos 2 opciones: 1) Extubación terminal y muerte por criterios circulatorios, y 2) Craneoplastia con vendaje y muerte por criterios neurológicos o muerte encefálica. Ambas posibilitan después la donación, si bien por vías distintas.
La donación se hace siempre con el más estricto respeto a la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO, y a los valores de todos los participantes en el proceso. La LTSV se realiza siguiendo un procedimiento exquisito de toma de decisiones, compartido y consensuado con los familiares del paciente y su finalidad es siempre la de evitar sufrimientos inútiles, no otra. Cuando preguntamos a los familiares de los pacientes fallecidos tras la LTSV cómo vivieron ese proceso, nos dicen estar tranquilos con la decisión tomada y que el hecho de haber podido donar les ha reconfortado en el duelo. La vivencia de los receptores y sus familiares la podemos imaginar. Esta satisfacción de las familias y nuestro compromiso ético para salvar vidas o mejorar calidad de vida en los pacientes que están esperando un trasplante, nos impulsa a seguir trabajando en esta línea que defendemos y practicamos.