Sr. Director:
Hemos leído con interés las dos excelentes revisiones de García de Lorenzo et al en Medicina Intensiva sobre la respuesta inflamatoria sistémica1. Con esfuerzo de síntesis que sólo pueden realizar los que conocen la materia, describen minuciosamente y con rigor la patogenia de este proceso, que nos preocupa especialmente a los intensivistas por su elevada frecuencia y mortalidad. Evidentemente, la terminología es fundamental y las definiciones son un terreno conflictivo, motivo por el que nos gustaría expresar nuestra opinión.
En ocasiones se habla de SIRS considerándolo una reacción inflamatoria anormal y exagerada. De ahí se podría inferir que el SIRS es una respuesta anómala, desmesurada y con consecuencias nocivas, y no siempre es así. En principio sería una respuesta habitual, normal y beneficiosa ante una agresión, para intentar limitar y reparar la lesión producida, y sólo en casos muy especiales sería perjudicial. El SIRS es una reacción muy frecuente, ya que lo presentarían más del 66% de los pacientes de una unidad de cuidados intensivos (UCI) general, cifra que puede ascender hasta más del 80% en una UCI quirúrgica2. En cuanto a su intensidad, no siempre es exagerado, según Bone tiene tres fases, y sólo en la tercera sería masivo3, como ya indican García de Lorenzo et al1. Además, en el tipo de respuesta que sería la homeostática o MARS, coexisten los parámetros de SIRS con los de CARS4. Su letalidad además es francamente baja: del 7% según Rangel-Frausto y 10% según Brun-Buisson2, sobre todo comparadas con la mortalidad del shock séptico y del fallo multiorgánico.
A pesar de las frecuentes y motivadas críticas al concepto de SIRS, por su falta de especificidad, por su excesiva sensibilidad y porque no refleja la gravedad del cuadro ni lo avanzado de él, su creación en 1992 fue realmente un hito. Una nueva conferencia de consenso sobre definiciones en SIRS, sepsis y shock séptico ha acordado en el 2000 validar las definiciones de la anterior, aunque estableciendo la necesidad de criterios diagnósticos más concretos, para definir trastornos más específicos basados en alteraciones bioquímicas o inmunológicas. Unas nuevas definiciones que proporcionarían conjuntos más homogéneos de pacientes agrupados por mecanismos patogénicos similares, no por reacciones inespecíficas comunes a muchas situaciones diferentes5.