Quisiéramos felicitar a Gómez-Prieto et al.1 por su encuesta nacional sobre el tratamiento de la vía aérea (TVA) y añadir una serie de apreciaciones para resaltar su trascendencia.
La NAP4 marcó un punto de inflexión al atribuir la contribución de diferentes factores a las muertes/daño cerebral secundarios al TVA, cuya incidencia en las UCI es 55 veces superior con respecto al entorno intraoperatorio2. A continuación se contrastan los factores referentes al paciente crítico con los hallazgos de la encuesta entre paréntesis.
El factor humano, presentes hasta 4,5 factores de media por caso, la omisión de la evaluación y la planificación deficiente, la reiteración de intentos y el retraso en la transición al acceso cervical invasivo están presentes en todos los casos dramáticos. Contribuyen a estos la ausencia de estrategias preestablecidas (protocolos, ausentes en hasta el 77% de las UCI encuestadas) y la formación subóptima. Las guías y algoritmos han modificado la práctica al estimular la cultura de «planificación» y sirven como ayuda cognitiva en situaciones críticas, incrementando así la seguridad3. Debemos puntualizar que sí existe una guía/algoritmo específico para el TVA del paciente crítico, publicado por la DAS recientemente y que se convertirá con seguridad en una herramienta de referencia4. La evaluación previa de la VA (ausente en el 22,8%) está indicada incluso en las situaciones más urgentes4. Echamos en falta en la encuesta información sobre el uso de la escala MACOCHA, la única validada en cuidados críticos. Asimismo, es incuestionable la necesidad de una formación continuada (53,5%) en habilidades técnicas y no técnicas (trabajo en equipo, liderazgo o progresión adecuada de las intervenciones) y la educación basada en la simulación de escenarios habitualmente inesperados e inusuales.
Independientemente de la heterogeneidad existente en los dispositivos seleccionados para el TVA entre instituciones, actualmente se aboga por disponer de un dispositivo de uso primario y una alternativa como máximo para evitar la sobrecarga cognitiva que entorpece la toma de decisiones. Las recomendaciones actuales indican que los videolaringoscopios (53,5%) y las mascarillas laríngeas de segunda generación (%?) deben estar disponibles en todas las localizaciones donde se trate la VA4,5. Es llamativa la elección mayoritaria de videolaringoscopios de pala angulada en detrimento de aquellos con pala estándar. Existe evidencia de que su uso (GlideScope® y McGrath® MAC) en cuidados críticos podría aumentar la morbimortalidad.
También es curioso que no se haya evaluado el uso de la capnografia ya que su ausencia es responsable de más del 70% de las muertes en la UCI2 y su incorporación universal en las mismas se considera el único cambio con mayor potencial para evitar muertes2 ya que permite el diagnóstico precoz de la intubación fallida y el desplazamiento accidental de cánulas y tubos endotraqueales.
Es necesario un cambio sustancial para adecuar la práctica a las recomendaciones actuales. Los profesionales de todos los ámbitos tenemos en nuestras manos la posibilidad de cumplir la demanda de Bromiley6 y tratar la VA con las mayores garantías posibles. Artículos como el de Gómez-Prieto et al.1 son claves para marcar una inflexión.